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2DO DE SECUNDARIA -SABALLO

Sres. Estudiantes de 2do de Secundaria del Centro Educativo Saballo.


Aquí les comparto el cuento prometido, con el mismo; deben realizar el análisis comparativo de plano y contenido asignado en clase.



Mire, Mamita (Autora: Hilma Contreras)

Me avisaron temprano la muerte de doña Clotilde. La noticia desató paulatinamente los recuerdos de mi época estudiantil. Unos tras otros revivía con una dulzura luminosa de adolescente feliz. Doña Clotilde, la madre espiritual de toda una generación, la mía. La generación siguiente, constituida por un material humano menos impresionable, más escurridizo, con medio cuerpo fuera de las límpidas aguas de los valores tradicionales, no vivió admirativamente bajo sus alas de gran educadora. Pero también la quisieron.
Doña Clotilde había muerto súbitamente, sin enfermedad ni agonía. Dijo Buenas noches como de costumbre antes retirarse a su habitación y amaneció con los ojos cerrados para siempre.

Estaba sumida en la contemplación de su plácido rostro cuando una voz susurró junto a mi oídos: Parece dormida.

Al volver la cabeza me encontré con alguien desconocido.

-Sí –asentí, alejándome del féretro para sentarme en una de las pocas sillas aún desocupadas. A mi lado se instaló la misma persona del comentario.

-¡Cuántos años sin vernos, Teresita!

Mi expresión interrogante la hizo vacilar un segundo pero prontamente agregó: -¿Es posible que no te acuerdes de mí? Asistíamos a clase sentadas en el mismo pupitre. Yo te reconocí en seguida.

¡Dios! Si ésta es Manuela está vuelta un carrao.

-¡Ah, ya!..........Dispénseme, la impresión de su repentino fallecimiento me tiene aturdida.

-Hola, Teresita-Saludaron a un tiempo dos recién llegadas.

La de hombros más cargados aseguró que en la funeraria estábamos todas presentes. Las miré condolida: Estebanía de cutis rizadito en el que no le cabía más arrugas y Carmela, que aún conservaba algo de su rozagante juventud, lucía el cabello ralo, fino como pelusa, teñido descaradamente de rojo y hacía esfuerzos ridículos para disimular la flacidez de los párpados.

El oficio religioso comenzó en ese momento. Lo que aproveché para cerrar los ojos en busca de la serenidad que había perdido ante el triste envejecimiento de mis condiscípulas. No quise ir al cementerio. Me dolía el alma. Además me desazonaba la idea de otro saludos deprimentes. Decidí caminar un rato bajando por la Avenida A. Lincoln hasta tomar un carro público. Sol. Aire libre. Sentí la satisfacción de mi juvenil madurez, disfrutaba de su sano vigor sin lograr explicarme la desgracia de mis ex compañeras.

En el concho pagué con un billete de $1.00.

-Mire, mamita –dijo el chofer al tiempo que doblaba su brazo derecho hacia atrás con el cambio en puño cerrado.

Me habla a mí, pensé no cabe duda porque los otros pasajeros son hombres.

Mire, mamita.

El confianzudo tratamiento me tiró los años a la cara. Mamita. Una viejita de pasito trotón, vocecita quebrada y hasta su piragüita bajo el brazo para sol demasiado fuerte o lluvia inesperada, se aposentó en mi dolida imaginación. Si lo decía por mi pelo gris, debería saber que el color de los cabellos no siempre corresponde a la edad de la persona. ¡ Ignorante!

Manuela, Estebanía, Carmela y las otras que evité ver de cerca, viejas todas, pero yo... yo...

Teresita, la vida no avanza en vano. Tú también, como ellas.

Digería mal la advertencia de aquella voz extraña. El frenazo ante el semáforo nos zarandeó a todos. Desde el retrovisor me observó una imagen de expresión desencajada y ojos de pavo-cagón. Devolví la mirada con el sobresalto de quien se siente sorpresivamente amenazado. Mire mamita. ¡Ooh, no...! Me resistía. No iba yo a dejarme sugestionar por un chofer irrespetuoso y un espejo ordinario de concho destartalado, La duda, empero, comenzó a perforar mi resistencia. ¡Maldito espejo! Los altos del vehículo en los agujeros de las vías acabaron por vencerme. Apretujada entre hombres, bajo la mustia mirada de aquellos ojos de pavo-cagón que me abofeteaba el rostro atontado por la súbita revelación de los años olvidados, sin ínfulas ya, penetré penosamente e el sendero gris del invierno de mi vida

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